
En un mundo de gran necesidad energética creciente, la energía nuclear aparece como una solución llena de misterio, como si de un pacto con el diablo se tratara.
Los defensores la justifican por sus “beneficios” económicos y por ser fuente de empleo sin mostrar los riesgos vitalicios que lleva consigo.
Sabemos que recibir cantidades pequeñas de radiación de forma continuada tiene efectos muy graves por su alta toxicidad y deriva en problemas de salud, principalmente oncológicos. Los vapores que emite las plantas nucleares tienen elementos químicos que afectan negativamente al entorno y entran en la cadena alimentaria de la región.
¿Qué hacer con la basura radiactiva?
La basura radiactiva está compuesta por elementos como el uranio, el plutonio 240, neptunio 237 que, a nuestro pesar, tienen una actividad muy larga. Los residuos nucleares se mantienen por centenares de miles de años, unos 200.000 años. Incluso los contenedores de metal y hormigón donde se guardan esos desechos desaparecerán mucho antes. Cuando los contenedores desaparezcan, los residuos se filtrarán a la tierra y la contaminación radiactiva arrasará con todo tipo de vida.
¿En 200.000 años quién se acordará que en 2012 hubo un cementerio de residuos nucleares enterrados a 500 metros de profundidad en medio del monte? ¿tenemos memoria histórica de lo que pasó en el Egipto de las pirámides y fueron sólo hace 4.000 años?

Un grupo de científicos muestran estos planteamientos en un documental de RTVE.es denominado Alarma nuclear. Recomiendo verlo, sobre todo el reciclaje de tan sólo un 10 por ciento del desecho radioactivo y sobre las dudas que ha creado en Francia la contribución de este tipo de energía al progreso económico del país.