En Madrid, en los últimos meses se han introducido los nuevos contenedores marrones para la basura orgánica y al mismo tiempo se ha lanzado una campaña informativa sobre qué residuos se deben echar a ese contenedor.
Cuando el público tiene interés, se aprenden y se siguen las pautas para separar la basura de forma adecuada. Sin embargo, algo falla cuando una madrileña de mediana edad echa el plástico en el contenedor del orgánico y se le avisa de que en el marrón solo van los desechos orgánicos como restos de verduras y la contestación que recibes es que ¡¿pues el plástico no es orgánico?! Y aún estando avisada de su error, la señora sigue tirando la botella de plástico al contenedor marrón y responde que lo hará la próxima vez.
Y cómo vamos a esperar que la gente recicle, si ni siquiera se hace uso de una simple papelera para no tirar los restos al suelo. Culturalmente el madrileño es poco limpio y se refuerza con ejemplos cotidianos como cuando un uniformado funcionario de Correos en pleno barrio de San Isidro tira el envoltorio del helado a la calzada sin reparar en que dispone de una papelera a 4 metros delante de él. Se pasea con el helado en mano y antes de entrar en un portal tira el palito al suelo cuando acaba de pasar por una papelera 2 metros atrás.
Esa dejadez es el reflejo de una falta de respeto al esfuerzo del barrendero y limpiadora que no cesa de limpiar las calles y los portales. Si no se cumple con este grado de parvulario de civismo, cómo se puede esperar que un sujeto llegue al nivel 2 y piense en separar su basura.
Las asociaciones de asuntos sociales y el resto de organizaciones deberían incluir este tipo de enseñanzas para que sus miembros pudieran reflexionar y actuar, viendo que en este país no se multa al viandante por ensuciar y menos por no reciclar.